viernes, 3 de octubre de 2025

Barton Fink nunca estuvo allí


Por Marcelo Damiani

Barton Fink (1991) es la única película que los hermanos Coen bautizaron con el nombre completo de su personaje principal. De esta forma, irónicamente, no sólo convirtieron al fallido guionista en una suerte de cifra crítica del artista comprometido, sino que también se atrevieron a verbalizar sus vericuetos mentales, al final de cuyo recorrido, según él mismo confiesa, espera encontrar una abstracción metafísica: “El Hombre Común”. Por lo visto, Barton no sabe (o no recuerda) que el sueño de la razón (como su hermanita menor, la imaginación) engendra monstruos (como su vecino, el asesino), y que por lo tanto la vigilia puede ser una verdadera pesadilla. Tal vez todo lo que necesitaba para resolver sus problemas existenciales era un buen corte de pelo –porque el pelo es el deseo, ¿no? Una lástima, ya que justo por ahí cerca andaba Ed Crane, el peluquero protagonista de El hombre que nunca estuvo (2001). La distancia entre una y otra película es la misma que va de la víctima al victimario, de la opacidad del absurdo a la melancolía de la tragedia; de la excelencia de la imagen a la música de la perfección. Las sonatas de Beethoven, así, son el acompañamiento ideal para la trama de este barbero que quería ser lavandero, pero que rápidamente se convierte en asesino casual, y luego, del mismo modo que Barton, en fantasma social. Ambos personajes, ambas películas, ambos creadores, parecen perseguir una imagen acústica de lo indecible, a veces similar a la belleza hechicera de ciertas formas femeninas, siempre inalcanzables, a pesar de que estén ahí adelante, en la pantalla, de espaldas a nosotros, haciendo como que tocan el piano o contemplando el mar al mediodía, mientras las olas rompen contra la
playa y una gaviota se burla, cínicamente, de nuestra profunda perplejidad existencial.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

Tres tristes tigres

       "El número tres, el adjetivo triste y el nombre común tigre se reunen nada más que en función de dificultar la pronunciación...

Me gustaba, además, la justicia sin duda poética del didactismo un día metódico del trabalenguas, que terminó en puro juego sin sentido, y por otra parte, la inevitable connotación metafísica entre esa fiera entre todas las fieras, ese animal que es, como la liana, epítome de lo salvaje y de lo exótico, habitantes de otros trópicos, y el sentimiento de malestar difuso que se llama tristeza, el más 'literario' de los males metafísicos y el más 'humano' de los estados de ánimo animales, expresado con una palabra típicamente latina. Además de que toda mi vida me ha perturbado la temible asimetría del tres que brilla oscuramente en el bosque de la mente."

Guillermo Cabrera Infante

sábado, 3 de mayo de 2025

Velas

Por Constantinos Cavafis 

Los días del futuro se yerguen ante nosotros
como una hilera de velas encendidas–
velas doradas, cálidas y vivaces.

Los días del pasado quedan atrás,
lúgubre hilera de velas apagadas;
humeantes aún las más cercanas,
velas frías, derretidas y dobladas.

No quiero verlas; me apena su aspecto,
y me apena recordar su luz primera.
Miro adelante mis velas encendidas.

No quiero darme vuelta para no ver y horrorizarme–
cuán rápido va alargándose la hilera sombría,
cuán rápido van creciendo las velas apagadas.

lunes, 3 de febrero de 2025

Un día con Bolaño II

Por Marcelo Damiani

       Releo lo antedicho y me doy cuenta que es como dice Tiago (el aventurero lector que me conminó a escribir esto): Parece el principio de una clase. Tal vez no esté mal. O tal vez he dado demasiadas clases de Bolaño (más de 30, ahora que lo pienso). Pero lo cierto es que en esa época seguramente no hubiera podido. Así que podría recordar que en aquel momento estaba fascinado por el aire marino, el azul brillante del mediterráneo y el bamboleo de los trenes que me llevaron a Barcelona primero y a Blanes después. La combinación de paisaje en tránsito con buenas lecturas fue coronada por las acogedoras callecitas del pueblo costero que atestigua una foto que aún conservo. 

       Me han dicho que tan sólo unos años más tarde esa misma zona habría de convertirse en lugar de peregrinaje de jóvenes de pelo largo con aspiraciones literarias. El poder del mito.

       Así, de pronto, ya estaba frente a la puerta señalada. Toqué el timbre esperando que me abriera cualquier persona menos Bolaño. Pero fue él quien lo hizo, con su pelo alborotado, los lentes medio caídos y una sonrisa entrañable. Era como si desde el primer momento quisiera hacerme sentir en casa, a pesar de la distancia que nos separaba de nuestros respectivos países de origen. Tuve la rara sensación de que era como volver a estar con un amigo a quien nunca había conocido antes en persona. Una familiaridad que sólo aparecía ante ciertos autores que uno admiraba y que ellos agradecían en silencio con su amabilidad.

       Nos sentamos en un amplio living. Su mujer nos sirvió unos cafés con algo para picar mientras hablábamos. Pero esta charla previa no era parte del reportaje. Es más, parecía como si él me estuviera entrevistando a mí en vez de yo a él. No recuerdo casi nada de lo que se dijo en ese momento porque eran trivialidades sobre los viajes, personas que ambos conocíamos, algo de política y el tema del momento, la llegada del nuevo milenio. Incluso me acuerdo que estuvimos un rato hablando de cine y tampoco lo consideré muy importante. Hoy en día aún a veces me reprocho no haber encendido el grabador para que todo eso quedara documentado y eventualmente luego decidir si valía o no la pena transcribirlo y usarlo para la nota que iba a publicar. 

       Pero cuando saqué finalmente el grabador y me dispuse a comenzar formalmente el reportaje Bolaño se puso de pie diciendo que tenía hambre. El viaje desde Alemania le había abierto el apetito. Me preguntó si me gustaba la comida china, mi favorita en esa época, y ante mi respuesta positiva anunció que iríamos a almorzar a su restaurante favorito, muy cerca, sobre la playa, casi a la vuelta de la esquina. Así que llamó a su mujer, a su hijo Lautaro, y yo me sumé al clan como un nuevo miembro más. Era casi como un domingo en familia.

viernes, 3 de enero de 2025

David Lodge dejó el campus

Por Marcelo Damiani

       Mi amigo Alan Moon fue el primero que me habló de David Lodge. Un profesor universitario que dejó la vida académica para escribir ficciones sobre ella, adentrándose en ese subgénero que acá casi no existe: La novela de campus.

       Lodge fue uno de los grandes autores humorísticos ingleses del siglo XX. Su trilogía "Campus" no es sólo divertida, sino que también muestra el estado al que ha llegado la vida académica del primer mundo de manera brillante.


       Tuve la suerte de conocerlo, charlar con él en más de una ocasión, y también que me concediera una entrevista. En Inglaterra, tampoco dejé de notar que había cierto desdén hacia su obra, en el mismo ámbito que retrató mejor que nadie.

        En la entrevista que me concedió, allá lejos y hace tiempo, confesaba que "Small World" era la novela que más le gustaba de las que había escrito, y que cuando la hojeaba aún le hacía sonreír. No creo que muchos autores "serios" puedan decir lo mismo sobre algunos de sus libros.

       La entrevista completa acá.

martes, 3 de diciembre de 2024

Un día con Bolaño

Por Marcelo Damiani

       El congreso de jóvenes escritores iberoamericanos había terminado la noche anterior con una fiesta de la ficción finisecular. Pero esa mañana madrileña de sábado lo único que me interesaba era el reportaje que tenía pactado para el día posterior: Iba a entrevistar a Roberto Bolaño. 
       Varias inquietudes me perseguían en aquel momento, ya un cuarto de siglo atrás. Primera: Todo había sido acordado con la esposa, a través de entrecortadas llamadas telefónicas que no generaban ninguna seguridad de lo pactado. Segundo: La cita dependía de varias conexiones de aviones y trenes que debían salir bien; cualquier falla de alguna y la cosa se cancelaba, no había posibilidad de hacerla más adelante. Tercero: Era mi primera vez en España, en Europa, y tenía serias dudas de mi capacidad para llegar en tiempo y forma a Blanes, el pequeño pueblo costero de la Costa Brava que el escritor trasandino había elegido para vivir; lugar, por cierto, que en menos de un lustro se convertiría en el sitio de peregrinaje literario más célebre del nuevo milenio. Cuarto: Si bien ya había entrevistado a varios autores, aún no sentía que dominaba el oficio, y especialmente en este caso me sentía bastante inseguro con las preguntas que había anotado en mi libreta de notas antes del viaje. Quinto: Esperaba que el trayecto en tren que me llevaría de Madrid a Barcelona me inspirara para mejorarlas; mientras tanto, aprovecharía el tiempo para releer algunos de esos textos únicos que me habían generado el deseo de conocer a ese chileno trotamundos, aún a sabiendas de los riesgos de decepción que suelen acarrear estos encuentros. 
       Yo había empezado a leerlo algunos años antes por recomendación de mi amigo Fernando Toloza, trágicamente fallecido en un accidente de tránsito. En esa época uno de nuestros termas de conversación eran los concursos literarios. Mejor dicho: La falsedad de los mismos. En otras palabras: Todos siempre estaban arreglados, de una forma o de otra. Entonces él me comentó que acababa de leer un cuento genial al respecto: "Sensini" de Roberto Bolaño. Cuando escuché el nombre pensé que se trataba de una narración futbolera de su coterráneo Fontanarrosa, y el nombre del ignoto autor me sonó al de un actor mejicano famoso por interpretar un solo personaje durante toda su vida. Descarté la posibilidad de una broma porque Fernando no era adepto a ellas, y lo escuché elogiando la narración sin tratar de arruinar mi posterior lectura. No lo hizo, por supuesto, y al día siguiente ya le estaba agradeciendo ese regalo invaluable que me había hecho. Porque luego de leerlo de una sentada sentía que acababa de leer el mejor cuento escrito recientemente por alguien vivo, compitiendo con mi debilidad por la obra de Saer, cuyos libros esperaba con avidez. 
       "Sensini" era un cuento epistolar (no recordaba haber leído otro así) que jugaba con la experiencia del autor y su admiración por otro escritor (personaje que apenas esconde a Antonio Di Benedetto) con quien el protagonista quería entablar una amistad. Tenía un tono afectivo (cortazariano) exquisito y un manejo excelente de la política en segundo plano que recordaba las mejores novelas Saer. Finalmente, por si todo esto fuera poco, era una verdadera lección de literatura, dictada de manera casual, y sin excluir sutilezas sobre el controvertido tema del deseo. No tardé mucho en convencerme de que era lo mejor que había leído en mucho tiempo y que quizá también, lamentablemente, nada que escribiera Bolaño en el futuro podría superarlo. Creo que aún hoy sigo pensando así. Tal vez por eso ya no puedo leerlo como aquella primera vez.
       De ahí a tomar la decisión de entrevistarlo no había más que un paso, y la inesperada invitación al Congreso fue el empujón que faltaba. Además, en aquella época, Bolaño no era el escritor famoso en el que su temprana muerte lo convertiría. Era un escritor casi secreto, aunque ya no clandestino, a punto de convertirse en un escritor de culto. Era el momento ideal.

Continuará.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Signos (Blog) vitales

       La verdad es que no acostumbro a hacer posteos personales o por encargo, y tal vez esta vez sea la única excepción, para desafiar la regla, claro. Pero un lector, acaso el único real o válido, me ha señalado que tengo abandonado este blog, y tiene razón. En realidad me lo va a señalar en diez días, y yo, sorprendido y agradecido, por medio de la magia o trampa de la tecnología me las arreglaré para responderle de antemano con estas tres cuestiones que detallo aquí abajo.

       Primero: Tema Bolaño. La entrevista que me concedió ya ha cumplido un cuarto de siglo, pero para mí es como si hubiera sido ayer. Esa mañana de domingo nublada en Barcelona, el viaje en tren hasta Blanes disfrutando de la costa azul, la caminata por el pueblo y el día que pasé charlando con él rodeado de su familia, comiendo y riéndonos como amigos, difícilmente podría olvidarlo. Quizá algún día debería escribir sobre todo eso en detalle, ¿no? Un día con Bolaño, podría titularse. 

       Segundo: Signos vitales. Mi libro, publicado hace tres años, no sería estrictamente una novela, sino más bien una antología personal. Tuve la suerte de poder volver a mi primera editorial, luego de algunas malas experiencias con otras más grandes, pero menos cálidas. Fue como un fin de ciclo antes del inicio de otro. Casi todos los cuentos que componen el volumen pueden encontrarse en este blog, aunque un poco desordenadamente, empezando por el prólogo y terminando acá.

       Tercero: Muchas gracias, Tiago. Te debo una. Saludos. M.D.

jueves, 3 de octubre de 2024

El monolito y los monos de Héctor

Por Marcelo Damiani

       Héctor, como todos los grandes escritores del siglo pasado, era un amante del cine. Fuimos a ver juntos la obra maestra de los hermanos Coen: “The Man Who Wasn´t There” (título que homenajeó en "El lugar que no está ahí"). Le tenía especial cariño a “La soledad del corredor de fondo” de Tony Richardson, tal vez porque se identificaba un poco con su personaje principal: Colin Smith. No tanto por su capacidad para correr largas distancias, sino más bien por saber cuándo detenerse. 


       Por último, una de sus películas favoritas era “2001. Odisea del espacio” de Stanley Kubrick, especialmente por la escena del monolito con los monos, porque era una metáfora brillante de la relación entre la literatura y los lectores. Alguna vez, incluso, habíamos jugado con la idea de hacer una verdadera instalación que emulara el monolito ya intervenido por los monos, puesto que ellos, sin duda inspirados y geniales, con sus cinceles rudimentarios de huesos, habrían de convertirlo rápidamente en una magnífica letra Hache (ahora sí: Mayúscula).

El prólogo completo a la edición italiana de "El árbol de Saussure" acá.

miércoles, 3 de julio de 2024

Als die Nazis die Kommunisten holten

Martin Niemöller

Als die Nazis die Kommunisten holten,
habe ich geschwiegen;
ich war ja kein Kommunist.

Als sie die Sozialdemokraten einsperrten,
habe ich geschwiegen;
ich war ja kein Sozialdemokrat.

Als sie die Gewerkschafter holten,
habe ich nicht protestiert;
ich war ja kein Gewerkschafter.

Als sie die Juden holten,
habe ich nicht protestiert;
ich war ja kein Jude.

Als sie mich holten,
gab es keinen mehr, der protestieren konnte.

miércoles, 3 de abril de 2024

Presentación

      Presentación de "Algunos apuntes sobre mi madre" en la Casa de la lectura (2012).

Nota y video acá.

domingo, 3 de marzo de 2024

El buitre

Por Franz Kafka

     Un buitre me picoteaba los pies. Ya me había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos amenazadores alrededor y luego continuaba su obra. Pasó un hombre, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba al buitre.
    –Estoy indefenso –le dije–, vino y empezó a picotearme; lo quise espantar y hasta proyecté torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies; ahora están casi hechos pedazos. 
     –No se debe atormentar –dijo el hombre–, un tiro y es el final del buitre.
     –¿De verdad ? –pregunté–, ¿haría usted eso? 
     –Encantado –dijo el hombre–, no tengo más que ir a casa a buscar mi fusil, ¿puede aguantar media hora más? 
    –No sé –le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después agregué–: por favor, pruebe de todos modos. 
     –Bueno –dijo el hombre–, seré tan rápido como pueda. 
    El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado vagar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: Voló un poco más lejos, retrocedió para alcanzar el impulso óptimo, y, como un atleta que arroja la jabalina, encajó su pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; sentí que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre, irremediablemente, se ahogaba.

sábado, 3 de febrero de 2024

Más allá de la espontaneidad y el cálculo

Por Marcos Rosenzvaig

       El autor argentino que aborda el género cuento pareciera llevar en su ADN los cromosomas de Borges y Cortázar. No resulta sencillo escapar de esos senderos pródigos de ideas y de un lenguaje inconfundible. Sin embargo, Marcelo Damiani lo logra airosamente en su libro "Signos vitales", recientemente publicado por la editorial Paradiso. Esta antología personal compuesta por 17 cuentos y un prólogo encubierto es el resultado de quince años de trabajo.

       Sus cuentos hacen ostensible una risueña acrobacia de la palabra con ideas desopilantes y personajes como los de una mosca, dos mosquitos y un jugador de pool (Espectáculo); finales ingeniosos como el del supuesto macho cavernícola que resulta sorpresivamente ser un niño de dos años (Precocidad); o la de dos marinos que fondean en un árbol de la vereda y que necesitan un escritor para contar su historia (Cuento por encargo). Ya no se trata del literato presionado por el editor o por la necesidad de sus lectores, sino de alguien que intenta alejarse de la medio ocre cotidianidad de los días.

       Los robos, los secuestros asumen el tinte de películas de clase B enmarcadas en una doble realidad borgeana. Nada es real. Los sucesos parecen ser tránsitos de fotogramas extraídos de un pésimo guion, un director incompetente y actores anodinos que se creen genios. Y allí, Damiani juega con la influencia de Manuel Puig y la de Borges creando a partir de ellos un estilo propio.

       Hay una mirada que desciende desde las alturas como un dios que es él mismo que se observa y observa a los otros. Hay momentos en que su personaje se contempla en situaciones diversas que escapan a la mirada omnívora, omnipresente de él sobre él y sobre los otros. "Yo sé que soy yo y que estoy acá, con Marianne y su perfume persistente, y sin embargo no puedo dejar de mirar mi cuerpo que está ahí, enfrente, al lado de Verónica contemplándome como si yo no fuera yo, sino él. No sé cómo pasó, pero yo no estoy donde está mi cuerpo" (Espejismos del fantasma).

       La filosofía tratada como un juego de ardides, de maniobras inteligentes usando la palabra como un barrilete que anhela cielo. Y allí, en ese acontecer de cielo, el autor-niño revisita el origen de todas las cosas, el movimiento e incluso la muerte. Pero todo lo hace con un humor amargo como el del personaje que llega a la conclusión de que no le tiene miedo a la muerte, sino a la idea de que un día ya no esté más en el mundo (El inconveniente de haber nacido).

       La reseña apareció originalmente acá.

miércoles, 3 de enero de 2024

Mar sonora

                         Por Sophia de Mello


Mar sonora, mar sin fondo, mar sin fin

Tu belleza aumenta cuando estamos solos

Y tan honda íntimamente tu voz

Sigue el más secreto baile de mi sueño

Que hay momentos en que yo supongo

Que eres un milagro creado sólo para mí.

domingo, 3 de diciembre de 2023

Epitafio encontrado en el cementerio...

 Por Augusto Monterroso


Escribió un drama: Dijeron que se creía Shakespeare;

Escribió una novela: Dijeron que se creía Proust;

Escribió un cuento: Dijeron que se creía Chejov;

Escribió una carta: Dijeron que se creía Lord Chesterfield;

Escribió un diario: Dijeron que se creía Pavese;

Escribió una despedida: Dijeron que se creía Cervantes;

Dejó de escribir: Dijeron que se creía Rimbaud;

Escribió un epitafio: Dijeron que se creía difunto.


FIN

martes, 3 de octubre de 2023

El germen Fellini

Por Martín Arias
& Marcelo Damiani

Hay una imagen que fascina a Fellini y que se repite, con variantes, en algunos de sus films más hermosos: Es la de una persona (o una figura humana) suspendida, mediante una cuerda o cable, de alturas formidables y peligrosas. Se trata, desde luego, del Cristo surcando los cielos de Roma en el asombroso comienzo de La Dolce Vita (1960), pero también de la sensacional aparición de Alberto Sordi en Lo sceicco bianco (1952), suspendido de un columpio que parece haber sido sujetado de las nubes, o la oscura cabeza de Venus emergiendo de un canal veneciano en Casanova (1976), y, por inversión, también podría agregarse a esta lista el hombre-cometa de (1963). Estas figuras colgantes son también imágenes introductorias; se encuentran, en efecto, poco más o menos al comienzo de cada película y constituyen su entrada, su inminencia. La inminencia es, en principio, el corte de la cuerda o del cable, ese punto en el cual la conexión habrá sido eliminada y la figura estará libre, pues resulta evidente que estos extraños seres flotantes, investidos e inflados por los atributos de lo espectacular —la gran espectacularidad del catolicismo romano, la módica espectacularidad de las fotonovelas románticas, la equívoca del carnaval y, naturalmente, la del cine mismo— desbordarán siempre aquello que los condiciona: Siempre será difícil retener a esa mujer que se nos escapa por las calles de Roma. Y cuando la cuerda se rompa, ¿qué sucederá? ¿En qué dirección, o de acuerdo a qué fuerza gravitacional, eólica o hidráulica veremos escaparse la figura? ¿Será entonces el momento de la caída, ese momento tan temido en que lo cotidiano y lo real le ganan la batalla a lo espectacular?

       El resto del texto acá.

miércoles, 3 de mayo de 2023

Keeping things whole

                                                  by Mark Strand

In a field
I am the absence
of field.
This is
always the case.
Wherever I am
I am what is missing.

When I walk
I part the air
and always
the air moves in
to fill the spaces
where my body's been.

We all have reasons
for moving.
I move 
to keep things whole. 

Una versión al castellano acá. 

lunes, 3 de abril de 2023

Ficción teórica

Por Victor Stein
           
       Principios

       En teoría, al principio, hay una mujer. Es, además, una mujer poderosa, invisible. Su poder, sin embargo, no radica en el atributo (o la carencia, como prefieran) de la invisibilidad, sino en un efecto de la misma: La gente no cree en lo que no ve. Piensa, literalmente, que lo que no ve no existe. Así, Ella, extiende por el mundo sus redes lozana, aprovechándose de la ceguera existencial de los seres humanos. Podríamos decir que ella es trashumante. Pero tal vez lo más preciso sería reconocer que es una especie de Diosa. Aunque no una Diosa dionisíaca ni de formas voluptuosas o temerarias. No. Nada de eso. No me olvido, no obstante, que muchos la han descrito como un ser abrasivo y tentacular. No hay que hacerles caso: Son simples metáforas. Esos adjetivos no hacen más que escamotear su verdadero miedo. Ella vive con un auténtico terror por la inevitable aparición de su enemigo: El Acontecimiento. Siempre imprevisible, mutante, nunca similar a sí mismo, cada aparición del Acontecimiento ha significado para Ella un profundo cimbronazo. Y teme que el próximo pueda ser fatal. 
 
           Nudo

       Sostener que Ella es estructurada es tan redundante como que Él es violento. El lector siempre estará tentado de pensar que entre ellos dos, sin importar que no sean humanos, hay algún tipo de relación romántica o afectiva. En efecto: Incluso pueden llegar a imaginar que ella es una suerte de ameba gigante o de rizoma (o una ameba rizomática) y que él es como un cometa o meteoro con cola de fuego. Pero no es así. Más acertado es no pensar tanto en sus formas sino en su relación. Ambos están atrapados en una lucha transubstancial, más allá del bien y del mar. Es una partida de ajedrez interminable cuyo tablero es el mundo y nosotros sus peores peones. Punto.

            Conclusión

       La lucha no terminará jamás.

viernes, 3 de marzo de 2023

La metamorfosis

Por Pascal Bonitzer 

       La fotografía puede concebirse sin la posibilidad del primer plano. El cine, no: "El primer plano es el alma del cine", decía Epstein. 
       ¿Por qué? Sin duda, por distintos motivos. El primer plano parece situado, en lo referente a la historia y al devenir del cine, en una encrucijada. Representa el punto crucial de una suma de efectos cruzados que hacen del cine un medio, un arte y un "lenguaje". Si es cierto que el cine es un media "caliente", que implica una intensa participaci6n afectiva por parte del público y genera reacciones emocionales fuertes, en la escala técnica del tamaño de los pianos, de las modulaciones intensivas de la imagen, el primer piano esta ubicado en el punto de intensidad máxima, de calor máximo: "Ahora la Tragedia es anatómica" (Epstein, nuevamente). El régimen afectivo de la imagen, definido por el primer plano, prescribe, entonces, ciertas formas esenciales del cine como arte, e incluso como programa de "géneros": Suspenso, terror, erotismo. La Tragedia se vuelve anatómica, es decir, su espacio se restringe y se reduce al cuerpo, a los movimientos ínfimos en la superficie del cuerpo (el mundo se estrecha), al tiempo que esos movimiento ínfimos se convierten en acontecimientos absolutos. A través del primer piano, el cine realiza un cambio de escala en el mapa de los acontecimientos: Una sonrisa puede ser tan importante coma una masacre, una cucaracha en primer plano parece cien veces más temible que cientos de elefantes vistos en piano general". Lo grande y lo pequeño intercambian sus dimensiones, y el cine inventa físicamente "la tragedia a escala de cucaracha": La Metamorfosis es contemporánea del primer piano; la pesadilla de Gregorio Samsa es una pesadilla de cine. 
       Este cambio en el régimen de los acontecimientos, este cambio de escala que también implica un cambio de sentido y una revolución retórica (privilegio inédito de la sinécdoque, alineamiento de las figuras en los vasos comunicantes de la metáfora y de la metonimia), es precisamente aquello a través de lo cual el cine participa de la modernidad: de ahí, sin duda, la importancia que las diversas vanguardias concedieron, en los años veinte, al primer plano. En efecto, el primer piano desempeña, en el espacio del cine, un rol terrorista y un rol revolucionario. Es revolucionario en la medida en que, al derribar la jerarquía de las proporciones, de los acontecimientos, de las cuerpos, al convertir lo grande en pequeño y lo pequeño en grande, instaura por y con el montaje un nuevo orden de apariencias y de imágenes, un orden indiferente a la realidad "tal cual es". Como sabemos, ese es uno de los leitmotiv de Eisenstein, leitmotiv que se le recriminara en nombre del sentido común, de la eficacia, de la dramaturgia clásica o, mas tarde, en nombre del neorrealismo, de la democracia, de Rossellini y de Bazin. En este sentido, el primer piano es un caso particular de la ampliación y de la fragmentación de los signos buscados por la manipulación formalista, futurista o dada, cuyo espíritu se articula con la inestabilidad de la época revolucionaria. Par otro lado, el primer piano es terrorista porque violenta el espacio indiferenciado, la homogeneidad de los cuerpos, y no deja elección alguna al ojo de los espectadores: cabezas enormes, cabezas cortadas, membra disjecta, así fue como los ojos de] sorprendido público percibieron el primer piano cinematográfico en su primera aparición. El ojo de los espectadores, educado en la contemplación de los cuadros, de los paisajes, de los panoramas, de la escena homogénea del teatro o del music-hall, no estaba preparado para enfrentarse a una visión distinta de la media o "de conjunto". No puede sorprendernos, entonces, que las vanguardias, que pretendían forzar los límites de la visión media, del pensamiento medio, del "mínimo de realidad", hayan visto en el primer piano el instrumento por excelencia de transgresión de esos límites. Los sangrientos atractivos de La huelga y el ojo cortado de Un perro andaluz dan cuenta, mediante distintas ideologías, de una misma concepción terrorista del primer plano, de una misma voluntad de impresionar al público (o incluso de sacarlo de sus casillas) a través de imágenes de sangre y de muerte. 
       Así pues, el primer plano participa básicamente de un régimen físico, afectivo e intenso de la imagen, de una micro-física de los acontecimientos que ya no da cuenta de la escena, del cuadro, del teatro, sino de un espacio abierto, infinito, fragmentario, al fin liberado de las medidas normativas de la perspectiva, de la profundidad de campo y del punto de fuga: "Cambio absoluto de las dimensiones de los cuerpos y de los objetos en la pantalla"; pero también, comunicación absoluta de los cuerpos y de los objetos por asociaci6n mental, por combinación metafórico-metonímica: El ojo cortado puede ser asociado poéticamente con una luna llena atravesada por una delgada nube. Las cabezas de bueyes que agonizan bajo la masa se componen con los huelguistas ametrallados por la milicia. Poco importa que, en un caso, el montaje se justifique por el automatismo del inconsciente y, en otro, por el didactismo militante; es decir que, en un caso, la asociación sea "involuntaria" y, en otro, "consciente". Lo importante es que la violencia del primer plano, lejos de constituir un último termino, una "última palabra" en la cadena de imágenes, parece exigir par el contrario su proliferaci6n, su combinaci6n, para producir sentido: el montaje a secas y el montaje "intelectual". El primer plano induce directamente un régimen pictográfico de la imagen cinematográfica; es la imagen-signo por excelencia, incluso la imagen-letra. Desde Eisenstein hasta Godard, toda una corriente intelectual del cine se organiza, perturbadora y agresivamente, en función de un uso sistemático del gros trait y del primer plano. El film-panfleto y el film militante de los años setenta rescatan este uso del golpe de puño, el primer piano preconizado por Eisenstein (el cual oponía al cine-ojo de Vertov su "cine-puño), aun cuando a menudo invoquen a Vertov, por estar menos comprometido con el poder stalinista. En tanto reducción de la imagen en funci6n de la superficie, el primer piano se combina por afinidad efectiva con los eslóganes escritos, con los carteles tan apreciados par Godard: “Esto no es una imagen justa, es justo una imagen". La imagen ya no es el reflejo o la metonimia de la realidad (una parte del campo, el encuadre que vale por el todo); la imagen se convierte en un signo puro sin profundidad, sin transmundo; vale únicamente por su combinación con otras imágenes, con otros signos. A este ascetismo responderán, en los años ochenta, las orgías de la publicidad y del video clip. El primer plano recupera en ellos su función afectiva intensa, su seductora agresividad. Pero es fácil ver que, para pasar de] panfleto a la publicidad, basta una simple capa de laca, barniz o brillo de más o de menos. El comentario sigue. 
       Sucede que el primer piano esta en el centro de una ambigüedad constitutiva: En él, la imagen se presenta en su máximo grado de ambivalencia, de atracción y repulsión, de seducción y horror. El rostro mas fotogénico es una frágil pantalla que disimula un horror fundamental. Hay algo de mascara mortuoria en Garbo, Marlene o Katharine Hepburn. Siempre es necesario un ínfimo grosor de más o de menos, una mínima pantalla de tul o de gasa: El primer plano designa ese punto límite, ese precario equilibrio, entre el punto de alejamiento mínimo a partir de cual el objeto, digamos el rostro, surge en todo el esplendor de su fotogenia, en su gloria, y el punto apenas más próximo en el que aparecen los poros, los pelos, los granos –el punto en que la seducción se convierte en repulsión, en horror, y en que la belleza homogénea de la Gestalt se descompone en elementos heterogéneos—. 
       Cassavetes, en Faces y en todo su cine, es el gran artista "abstracto-lírico", coma diría Deleuze, de esta seducción y de este horror del rostro bajo el régimen del primer plano: En ese nivel tan intensamente físico de la imagen, los acontecimientos se fragmentan al punto de ya no producir sentido, y las sensaciones se imponen a los sentimientos. Un cine "abstracto" es posible entonces, un cine que alcanza el punto de máxima modernidad artística y, a la vez, toca de cerca la naturaleza estallada, catastrófica y fundamentalmente irrepresentable de la trama de los acontecimientos en el mundo contemporáneo. 
       El límite, la tentación y el grano de lo real -o de locura- del primer plano es la absoluta desaparición de toda representación.

Extraído de “Desencuadres. Cine y pintura” de Pascal Bonitzer. Santiago Arcos Editor, Bs. As., 2007. Págs. 89-93. Traducción: Alejandrina Falcón.

viernes, 3 de febrero de 2023

Terror de te amar

Sophia de Mello Breyner Andresen

Terror de te amar num sítio tão frágil como o mundo

Mal de te amar neste lugar de imperfeição
Onde tudo nos quebra e emudece
Onde tudo nos mente e nos separa.

Que nenhuma estrela queime o teu perfil
Que nenhum deus se lembre do teu nome
Que nem o vento passe onde tu passas.

Para ti eu criarei um dia puro
Livre como o vento e repetido
Como o florir das ondas ordenadas.

martes, 3 de enero de 2023

Cuento por encargo


Por Marcelo Damiani 

      El barco pirata estacionó frente a mi casa. Los marineros engancharon el ancla en el árbol del vecino y se apostaron a lo largo de la calle mirando hacia adelante con cara de desalmados. Al rato bajó el capitán y golpeó a mi puerta; le abrí, él entró sin ningún tipo de preámbulos y se acomodó en el bar destrozado que me quedó de un fallido cuento de vaqueros. "Usted es escritor, ¿no?", me interpeló en un idioma desconocido; por suerte los dos manejábamos el mismo código literario. "No; soy guionista", respondí. "Es lo mismo", dijo, "necesitamos alguien con mucha imaginación". "Los críticos dicen que yo no tengo ni una pizca", señalé. "Bien", murmuró pensativo, "ése es un buen signo". Hizo una pausa; tomó un vaso de whisky que había por ahí, y me miró. "Mi tripulación y yo tenemos un problema. No encontramos una buena aventura desde hace años. Nadie nos quiere dar lugar en sus historias; dicen que ya no servimos para nada porque estamos pasados de moda... Así que decidimos tener nuestro propio escritor". Lo único que faltaba, pensé: Piratas con problemas existenciales. "Mire", le dije, "los relatos de aventura no son mi especialidad." "Eso no nos importa", masculló, "pónganos en el género que quiera." Se puso de pie bruscamente, se dirigió a la puerta y agregó: "Le damos una semana. Y no intente traicionarnos. Los dos escritores que lo intentaron ya no pueden escribir más". Y se fue.
       Entonces, por las dudas, empecé a escribir este cuento.

       La versión en croata acá.

       La versión en francés acá.

       La versión en italiano acá.


sábado, 3 de diciembre de 2022

"Signos vitales" en El diletante

 Por Tomás Villegas

       La vida literaria del profesor, periodista cultural y novelista Marcelo Damiani rebosa de salud. Paradiso, de hecho, acaba de publicar sus Signos vitales, una heterogénea serie de relatos que bordean las formas y los climas del policial, el fantástico, la fábula, la polémica autoficción. Como si se encargara de diseñar su propia historia clínico-literaria, Damiani configura el libro como una antología personal: se trata de cuentos publicados previamente, esparcidos en diferentes lugares ─desde la querible V de Vian hasta Espacio Murena─ y en tiempos dispares ─desde mitad de los noventa hasta el pandémico 2020─.

       A pesar, entonces, de sus diversos contextos de publicación, los cuentos del libro configuran una vida ─una poética─ que sobrevive en tanto que una serie de puntos en común la unifican y la consolidan. Le dan cuerpo.    

       Por ejemplo, una recurrente problematización de la realidad, a veces imbricada a la ficción (“Cuento por encargo”, “Panfleto hermético”); a veces como aquello que se debe soportar, evadir, esquivar (“El sentido de la vida”, “Salvo el poder todo es ilusión”). O una escisión de la voz narradora, que se ve y se oye a sí misma como un otro (“Espejismos del fantasma”; “Fuera de lugar”); o un puñado de divertimentos filosóficos, metafísicos (“La caverna de Caín”, “¿Por qué hay algo y no más bien nada?“).  

       La historia clínica, antes que personal, se vuelve familiar con el último de los relatos: “Algunos apuntes sobre mi madre”, un texto que viene creciendo, robusteciéndose, desde, por lo menos, 2007. Allí, el autor rememora una escena de iniciación infantil: mientras teje, su madre le narra diversos capítulos de la historia familiar. Subyugado por el movimiento de las agujas, embelesado por su trajinar, el niño Damiani pierde el hilo del relato. En estos apuntes, elaborados desde el presente adulto, el chico ─aquel oyente desatento─ ha dejado paso al escritor, que hilvana ahora con su tejido escritural la narración de su madre, de su padre, de sus abuelas, de sí mismo. Transformando, así el recuerdo aislado y el relato oral en uno de los signos emblemáticos de su imagen de escritor. Porque son los signos que propician sentido los que infunden vida al cuerpo de una obra, de una poética, de un hombre de letras.

       La reseña fue publicada originalmente acá.

martes, 3 de mayo de 2022

La interposición


Por Victor Stein

       Yo quisiera comenzar por una cuestión muy inocente. Quisiera dar una definición del libro. Naturalmente no voy a utilizar una definición propia, sino que voy a parafrasear a Mallarmé, ese gran poeta francés que además fue un gran lector de Hegel. Mallarmé dice algo muy interesante. Un libro es ese objeto que compramos en verano para llevarlo a la playa con el único propósito de interponerlo entre nosotros y el mar.

       Para leer la conferencia completa acá.

domingo, 3 de abril de 2022

La flor del Paraíso

"Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño,
y le dieran una flor como prueba de que había estado allí,
y si al despertar encontrara esa flor en su mano...
¿Entonces, qué?"

Samuel Taylor Coleridge


El Ciudadano (1941) de Orson Welles comienza con la muerte del protagonista y varios flashbacks mostrando sus obras, los signos que él ha ido dejando de su paso por el mundo, los mismos que el periodista no sabe leer durante su investigación trunca. Todos esos signos parecen apuntar y condensarse en el ya famoso Rosebud: El nombre del trineo que Kane tenía en su niñez, proveniente del ingenio con que Welles había bautizado el pubis de su novia. Pero ¿qué es Rosebud? Un capullo, un proyecto de flor (o de placer), el símbolo con el que Kane evoca su infancia perdida (y Welles su pequeña muerte), el último viaje mental a través del tiempo (antes de la muerte real).
¿Estará Welles aludiendo a Coleridge? Tal vez no puede dejar de hacerlo, ya que el cine es la mejor máquina para viajar en el tiempo que ha inventado el hombre. Y Charles Foster Kane es el hombre que ha cruzado el paraíso y ha traído, como prueba de su estadía en él, la flor marchita de su infancia (llamada Rosebud). Tal vez, como sugiere el periodista al final de la película, ninguna palabra pueda explicar la vida de un hombre, aunque quizá puede arrojar cierta luz sobre su deseo. Citizen Kane es así un viaje a la semilla en busca del tiempo perdido, y los espejos que reproducen ad infinitum las imágenes finitas de Kane no hacen más que señalar, soterrada, fantasmal, fugazmente, el carácter de su avance hacia atrás, hacia el pasado, hacia las posibilidades ya esfumadas de su vida, a la caza de ese espejismo evanescente que es el paraíso perdido de su niñez, cifrado en el nombre de un añorado trineo de madera que no sólo ya no se deslizará nunca más por la nieve, sino que además terminará sus días consumido por el fuego.

viernes, 3 de diciembre de 2021

Último brindis

Por Nicanor Parra

Lo queramos o no
Sólo tenemos tres alternativas:
El ayer, el presente y el mañana.

Y ni siquiera tres
Porque como dice el filósofo
El ayer es ayer
Nos pertenece sólo en el recuerdo:
A la rosa que ya se deshojó
No se le puede sacar otro pétalo.

Las cartas por jugar
Son solamente dos:
El presente y el día de mañana.

Y ni siquiera dos
Porque es un hecho bien establecido
Que el presente no existe
Sino en la medida en que se hace pasado
Y ya pasó...,
                    como la juventud.

En resumidas cuentas
Sólo nos va quedando el mañana:
Yo levanto mi copa
Por ese día que no llega nunca
Pero que es lo único
De lo que realmente disponemos.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

El escritor clandestino

Por Marcelo Damiani

En la gran película de los hermanos Coen del 2013: Inside Llewyn Davies, Oscar Isaac (inspirado en Dave Van Ronk) hace un largo y accidentado viaje desde New York hasta Chicago para audicionar con el productor disco-gráfico Bud Grossman (personaje basado en quien terminaría siendo el manager de Bob Dylan, discípulo de Van Ronk). Mientras el músico interpreta la conmovedora “The Death of Queen Jane”, el personaje de Fahrid Murray Abraham lo escucha impasible. Finalmente, luego de un silencio bastante incómodo, el empresario emite su veredicto: “I don´t see a lot of money here”.

       El resto del ensayo acá.

domingo, 3 de octubre de 2021

La vanidad de poseer muchos libros


Por Augusto Monterroso


En la primera página de Moby Dick Ismael observa que cuando Catón se hastió de vivir se suicidó arrojándose sobre su espada, y que cuando a él le sucedía hastiarse, sencillamente tomaba un barco. Yo, en cambio, durante años tomé el camino de las librerías de viejo. Cuando uno empieza a sentir la atracción de esos establecimientos llenos de polvo y penuria espiritual, el placer que proporcionan los libros ha empezado a degenerar en la manía de comprarlos, y ésta a su vez en la vanidad de adquirir algunos raros para asombrar a los amigos o a los simples conocidos.
¿Cómo tiene lugar este proceso? Un día uno está tranquilo leyendo en su casa cuando llega un amigo y le dice: "¡Cuántos libros tienes!". Eso le suena a uno como si el amigo le dijera: "¡Qué inteligente eres!", y el mal está hecho. Lo demás, ya se sabe. Se pone uno a contar los libros por cientos, luego por miles, y a sentirse cada vez más inteligente. Como a medida que pasan los años (a menos que se sea un verdadero infeliz idealista) uno cuenta con más posibilidades económicas, uno ha recorrido más librerías y, naturalmente, uno se ha convertido en escritor, uno posee tal cantidad de libros que ya no sólo eres inteligente: en el fondo eres un genio. Así es la vanidad esta de poseer muchos libros.

martes, 3 de agosto de 2021

El eco de mi madre

           Por Tamara Kamenszain (1947-2021)

No puedo narrar.

¿Qué pretérito me serviría

si mi madre ya no me teje más?

Desmadrada entonces me detengo

ante un estado de cosas demasiado presente:

ser la descuidada que la cuida

mientras otros la descuidan por mí.

Son personas que me sobran

y la gramática se torna un escándalo

cuando ella que olvidó las palabras

adelanta su bebé furioso

con el fin de decirlo todo

aunque no se entienda nada.

jueves, 3 de junio de 2021

Literatura & Mercado


       Es mejor escribir para uno y no tener público que escribir para el público y no tenerse a uno.
Cyril Connolly

lunes, 3 de mayo de 2021

La fe y las montañas

Augusto Monterroso

     Al principio la fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.
       Pero cuando la fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
        La buena gente prefirió entonces abandonar la fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.
       Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.

sábado, 3 de abril de 2021

El dragón

 Por Marcelo Damiani

Al Rayn era el bandido más famoso de Lan Xang. Había nacido cerca de Vang Vieng y ya desde chico se había sentido diferente. Sentía indiferencia por los juegos en grupo y cuando se presentaba alguna disputa nunca quería tomar partido por ningún bando. Abandonado por sus compañeros, desarrolló una estrecha relación con la naturaleza, y una especial fascinación por los animales.

Apenas tuvo la edad suficiente se alejó de la aldea donde había nacido con una fuerte sensación de libertad. Al principio caminaba siguiendo los designios del momento o los caprichos de su cuerpo, pero un día encontró un hermoso caballo pinto que parecía perdido, dócil como su pelo blanco y marrón, y empezó a compartir con él la toma de decisiones: Acampaban cuando tenían ganas y vivían de las inagotables provisiones de la tierra.

Poco a poco, sin que él se enterara, se fueron tejiendo un sinfín de historias sobre su figura fantasmal. Es que su zona de vagabundeo, al este del Mekong, era un laberinto de cumbres y valles profundos, encajonados, recubiertos de bosques densos y selváticos donde muchos se habían perdido, y que sólo él y su caballo conocían a la perfección. Sin embargo, había un par de mercaderes que se cruzaban en su camino con una regularidad sospechosa, haciéndole recordar lo que sentía cuando era chico y veía jugar a sus vecinos. Siempre se negaba a ser parte de los juegos. No quería pertenecer a ninguna camarilla, y ahora parecía que formaba parte de una. Tal vez su derrotero no era tan azaroso como él pensaba, y de algún modo las circunstancias le habían vuelto a construir un nuevo lugar de residencia. Sintió como si el movimiento perpetuo que había decidido emprender para vivir su vida de pronto se hubiera convertido en un círculo vicioso, y eso no le gustaba.

Fue entonces cuando se enteró de la muerte de su padre.

La noticia le llegó por casualidad. Uno de los mercaderes con los que últimamente se encontraba de manera cada vez menos imprevista, luego de querer venderle unos colmillos de marfil, le había convidado un poco de tam-mak-hung. Mientras él lo comía con voracidad, pues se trataba de su comida favorita, el otro le contó la historia del dragón.

Un comerciante de Jiangcheng se había aventurado en un peligroso viaje al norte. Pero antes de llegar a su destino, en medio de una noche tormentosa, se había encontrado con alguien que venía por el camino de Simao. El hombre tenía los ojos fuera de órbita y su pelo estaba calcinado, como si lo hubiera alcanzado un rayo en medio de la cabeza. Era tan flaco que se le veían las costillas, y como además vestía con harapos, parecía un cadáver parlante. Hablaba un dialecto confuso y monótono, como los locos, y por un momento el comerciante pensó que estaba frente a un espectro que venía del más allá.

Luego de prestar un poco de atención a lo que decía alcanzó a comprender que le relataba las peripecias ocurridas desde su partida de Vang Vieng. El hombre, al parecer, era el acompañante de un célebre chamán del sur, y ambos habían emprendido ese largo viaje en busca del tesoro del dragón. Después de muchos días habían llegado a lo alto de la montaña mágica, e incluso pudieron atisbar desde lejos el brillo del tesoro, pero antes de poder acercarse lo suficiente había aparecido el dragón, y luego de hechizarlos con la mirada, pulverizó a su amo con una llamarada de fuego.

No había posibilidad de error, pensó Al Rayn mientras dejaba caer el pote de comida y se ponía de pie, el único chamán de Vang Vieng era su padre, y ahora estaba muerto. Recordaba perfectamente sus historias de tesoros ocultos y la explicación de que siempre un dragón era el guardián ideal, debido a lo difícil que era escapar de su fuego sagrado. Recordó su sueño de ser el único capaz de encontrar la forma de apoderarse del secreto divino, ya que a su padre no lo movía la ambición, sino la sabiduría.

Al Rayn le preguntó al mercader quién le había contado esa historia, y él, temeroso ante el tono duro de la pregunta, murmuró que todos la sabían, pero por las dudas mencionó a un par de personas que la relataban regularmente. Al Rayn montó su caballo y se fue en busca de los nombrados. Después de escucharla varias veces, le sorprendió que siempre fuera repetida con las mismas palabras, pero la sorpresa rápidamente dejó lugar a la idea de que tenía que vengar la muerte de su padre.

Muchos días y más noches aún cabalgó sin dormir, pensando cómo haría para encontrar la montaña sagrada. Recordó que su padre decía que el tesoro estaba en los cielos, y por lo tanto el único camino correcto era el ascendente. Esto simplificaba mucho las cosas, y sin duda significaba que el lugar se hallaba en la cima del mundo. Pero Al Rayn sabía que la clave era el dragón. Tenía que tener mucho cuidado, porque además de poderoso e imprevisible, el dragón era letal. Por otra parte, su figura solitaria, siempre alerta, dispuesto a sacrificar la vida por un tesoro que no le pertenecía, despertaba su admiración y su respeto.

Entonces recordó un dato fundamental: Los dragones sufrían mucho el calor, y en verano no podían resistir la tentación de atacar a los elefantes, ya que como todo el mundo sabe, su sangre es muy fría, y esto la convertía en el mejor refrescante natural de la zona. Ahora lo único que tenía que hacer para hallar al dragón era seguir la ruta de los elefantes.

La mañana siguiente encontró el rastro de una importante manada, y a la tarde los alcanzó, caminando con la parsimonia que los caracterizaba, los más ágiles marcando el paso y los más grandes cuidando la retaguardia. Se mantuvo a una distancia prudencial para pasar desapercibido, escudriñando los cielos en todas direcciones, hasta que su atención se dispersó con la aparición de las estrellas, ya que siempre le provocaban un aturdimiento inexplicable; cuando era chico podía pasarse horas contemplándolas antes de dormirse. Ahora, sin embargo, apenas cayó la noche, envolviéndolo todo con su manto de silencio, el sueño terminó por vencerlo.

         El cielo aún se mostraba indeciso entre la claridad nocturna y la oscuridad del amanecer cuando Al Rayn sintió de pronto que la tierra temblaba. Los elefantes corrían enloquecidos de un lado a otro y una nube de fuego y polvo entorpecía la visión, apenas dejando adivinar el campo de batalla en que se había convertido la zona. Su caballo había desaparecido y ahora, en el mismo lugar, misteriosamente, había un carruaje con dos corceles, uno blanco y otro negro. Al Rayn sabía que el caos reinante sólo podía haber sido producido por la imprevista aparición del dragón. Entonces saltó al carruaje y arengó a los animales para emprender la persecución. Luego de esquivar varios elefantes muertos encontró el rastro de humo que se internaba en los caminos del bosque. Cuando la nube gris se hizo menos densa arribaron a un sendero escarpado que parecía ser la única vía de acceso a la cima de la montaña. Al Rayn fustigó a los animales sin piedad para que apuraran el ascenso, mientras el cielo se iluminaba con relámpagos y a lo lejos ya se escuchaban algunos truenos.

La subida fue acelerada por un fuerte viento de cola que parecía anunciar la llegada de un monzón. Pero el sendero se volvía cada vez más estrecho y el caballo negro se acercaba peligrosamente al borde del precipicio que había a la derecha, como si fuera atraído por las fuerzas del averno. Al Rayn no podía evitar la tentación de observar la bóveda azul que se abría sobre su cabeza, distrayéndolo de la lucha que mantenía con el caballo rebelde. De repente, entre el movimiento de las nubes y el destello de los relámpagos, vio el brillo fugaz de un ojo violeta. En ese instante perdió el control del caballo negro, y sintió como si el carruaje se elevara por los aires en dirección al dragón, aunque en realidad su vuelo ya se había convertido en caída libre. Al Rayn, mientras se precipitaba sobre el abismo, mientras el vacío parecía succionarlo, provocándole una sensación de levedad placentera, experimentó esa suerte de éxtasis que su padre solía describir cuando entraba en trance, la absoluta ingravidez, como si estuviera levitando sobre el mundo de los vivos y los muertos, y por último, en el cielo convulsionado y febril, alcanzó a vislumbrar la figura maléfica del dragón, su mirada roja atravesada por la furia, y su victoriosa mueca final, justo antes que su cuerpo comenzara a arder y su conciencia se desvaneciera consumida por el fuego.